RASTROS: Óscar Leo

8 enero - 23 marzo 2018

 

Estos retratos son los huesos de un proyecto inconcluso, inacabado, detenido como ese vagón abúlico, desahuciado, que se abandona oxidado en una estación difunta, cuyo nombre ya nadie evoca ni menciona, inundada por la hierba y otras vegetaciones. Esa clase de lugares donde reina, en silencio extraño, el olvido; tan solo alterado por el canto de algún ave o esos ínfimos sonidos indefinibles que solo el Diablo atina a descifrar, domina su interpretación y alcanza a penetrar.

Se pueden ver estos retratos como los restos de un naufragio, o acaso, los rastros de un fracaso que se demora, a modo de desgracia indeseada.

Si volviera a nacer me gustaría perseverar en mi ser y volver al mismo, pero consumando más errores. No hay lección si antes no hay error.

Así que he decidido mostrar estos papeles bajo el epígrafe “Rastros", que tantas implicaciones encierra como bifurcaciones habita.

Rastros como los que deja un oso blanco moribundo que no encuentra alimento y desfallece sobre la hierba, sin ver el anhelado hielo que conforma su universo desmoronado.

Castillo de naipes que deshace el viento.

Los rastros son, o al menos pretenden ser, huellas mayores o menores, vestigios eternos o transitorios. En todos los casos un rastro siempre es una señal, configura un signo.

Rastro que es huella, esa enigmática huella que advierte un magistral poeta mejicano en unos versos indelebles a modo de Consejo Poético:

 

 

 "Nada temas, al contrario,

si en el rayo de una estrella

logras calcinar la huella

de tu sueño solitario”

 

 

Óscar Leo

 

 

 

EL COLOR Y EL GESTO DEL AMADO POP

 

El arte de Óscar Leo se parece a él: es por dentro poético y melancólico, y hace trizas su aspiración a ser feliz: se sitúa siempre en el lado de allá de la alegría, porque el tiempo que vive, el que vivimos todos, lo tiene contra la pared. Este es un mundo en el que un artista de su sensibilidad, un hombre que ha hecho del viaje al centro de la noche su trayecto sentimental, tiene que sentirse como protagonista de una crónica de la nada hecha pedazos.

Pero cuando Óscar abandona ese mundo que lo cerca, y que es de destrucción, de autodestrucción y de barbarie, le salen a la cara los hermosos colores del amado pop, y ya descentra al que quisiera ver en su obra tan solo los trazos oscuros que inspira el mundo. Al contrario: todos los rostros que toca, y que acaricia, desde Lorca a Cocteau, desde Blake a Leonardo, desde Pasolini a cualquiera de sus retratados, reviven con los colores que Warhol y otros, desde Van Gogh a este momento, le regalaron al arte que hace de la luz propia la luz que alumbra el gesto y el rostro.

Óscar no se ahorra un color ni un gesto, de todos esos maestros de la melancolía. Y a todos los tenemos ahí, abrazando el tiempo presente desde su, en muchos casos, centenaria lejanía. Son genios de hoy, atraídos a este momento por la pintura inolvidable de Óscar Leo.

 

Juan Cruz Ruiz